Por qué no me gusta la frase: «Yo no podría compartir a mi pareja»

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Seguro que alguna vez habéis escuchado una frase parecida a esta: “Yo, no podría compartir a mi pareja”. Puedes oírla hablando de relaciones no monógamas, o simplemente divagando sobre tener sexo con otras personas a parte de tu pareja. Vamos a explorar esta popular frase, pero algo que debemos entender sanamente, es que las personas no se comparten… porque no son posesiones, y tienen voluntad propia.

Vamos a situarte en una hipotética pareja: por mucho que estéis en una relación, ella tiene una vida a parte, al igual que tu. En esa vida, va a interactuar con muchísima gente: familiares, amigas, conocidas, vecinas, compañeras de trabajo, de proyectos… Y, como no tenemos una sola dimensión, compartimos experiencias y emociones diferentes con cada persona. Por simples o cortos que sean, cada encuentro nos causa una respuesta emocional.

Lo que ocurre es que por lo general, construimos las relaciones de pareja en base al amor romántico. Y en él, hay cosas que se limitan, y otras que no se permiten, pues se trata de una relación basada en la exclusividad. Sin quererlo, vinculamos esa exclusividad con hacer que la relación sea “especial”. Se espera que, lo que compartas con tu pareja a nivel sexual y emocional, sea el tope, que nadie en tu vida pueda igualar esa intensidad. Si este es tu caso, es totalmente lícito y no hay ningún tipo de problema. Sin embargo, deconstruir esta idea puede ser muy beneficioso.

Para mantener el estatus de especial hay limitar los sentimientos que puedas desarrollar por otra persona en cualquier otra relación que no sea la de pareja. Igual que el deseo sexual, que por lo general está incluso más limitado. A lo mejor pensamos: “Bueno, es normal. Eso es respetar a tu pareja”. Si… y no. 

Pensemos en nuestra pareja (hipotética). Ambas formáis relaciones de todo tipo constantemente, a veces de manera inconsciente. Y no os preocupáis… hasta que con una persona en concreto, la relación no es como debería. ¿A qué me refiero con eso? Ejemplos genéricos: si disfruta mucho de la compañía de esa persona, si manifiesta que algún rasgo físico le resulta atractivo, si se ríe más que contigo, si se impresiona por sus conocimientos en algún tema que tú no dominas…

Si, esto podríamos achacar a las inseguridades y celos derivados (recalcar que ambas cosas se pueden deconstruir y lidiar con ellas, no es algo que debamos normalizar o excusar). Pero si nos fijamos, todo evoca a una idea: “esa otra persona es mejor que yo”. Y si es mejor, y nos basamos en la exclusividad, entonces… peligro. Tenemos metido en la cabeza que funcionamos por sustitución, y no es así. 

Pensamos que estamos compuestas de huecos, y que buscamos piezas que encajen. Por lo tanto (y esto no me gusta nada) si ya tienes a una persona que rellena ese “hueco”, ¿para qué quieres otra? Porque si procesas por alguien un aprecio similar al de tu pareja… ¿Significa entonces que ya no le quieres? ¿Que esa persona debe ocupar su lugar? ¿Que está invadiendo el espacio de vuestra relación? No, claro que no. En vez de enfocarnos en el concepto “solo puede quedar una”, vamos a pensar algo más sano: cada relación es única y diferente, puedes establecer la importancia que tiene para tí de forma natural, y pueden coexistir. 

Por ejemplo: en una fiesta pasas uno de los mejores días de tu vida con tus amigas. Esto no destruye los momentos de diversión que hayas vivido con tu pareja. Relaciones diferentes, personas diferentes, pero tiene la misma cabida. Vivir pensando en la sustitución es contraproducente, pero es que nos lo han enseñado. Se supone que tiene el trofeo de “primer puesto” en todos los aspectos, y si alguien le “supera” en algo, entonces debe recuperarlo a toda costa. Entonces salta la alarma: ¿Cómo no soy yo la número uno? ¡Se pierde la exclusividad, se pierde lo “especial”, se pierde la relación! Esto, no es realista, es agotador, y muy tóxico. Ni tu, ni yo, ni nadie es la mejor en todo.

Creo que ahora se entiende mejor porque la frase de antes está tan extendida: “Yo, no podría compartir mi pareja”. Se establece que vuestra relación emocional y sexual es un bloque único e indivisible. Que uno de esos aspectos se extienda a otra persona (aunque sea en menor medida), se entiende como que estás partiendo el bloque que compartís. Ya no es único, ahora está fraccionado y “compartido”, y eso le quita importancia y valor a vuestra relación, pues ya no es tan especial, o no te sientes especial. Como ya he dicho, esta manera de pensar es la que hemos aprendido, pero me parece ridículamente tóxica.

Los vínculos emocionales y sexuales que tienes con cada persona, son únicos y válidos. Lo que vives con tu pareja, es igual de único. Querer o sentir cercanía con otras personas, no lo cambia. Sentir y compartir atracción por otras personas, no lo cambia. No te quiere menos, o no le atraes menos por eso. No tiene que ser una lucha constante.

Aclaro: no confundir con que la otra persona esté ignorando el tipo de relación que tenéis, y actúe por su cuenta y sin miramientos. La comunicación abierta siempre debe estar presente, para llegar a un punto en el que todas las partes estén cómodas. Y si para ello la relación debe cambiar y adaptarse constantemente, que así sea.   

Comprender esto puede llevar tiempo, pero no puedo recomendarlo más. Y no estoy diciendo que el fin deba ser sí o sí una relación más abierta y no monógama. Es más bien reflexionar sobre nuestra forma de relacionarnos, darnos cuenta de qué cosas damos por sentadas, y hasta qué punto influye la idea del amor romántico.

Intentad que vuestro pensamiento pase de “mejor o peor” a “distinto”. Si ella encuentra atractiva a otra persona o procesa un deseo sexual, no es porque sea mejor; es distinta. Vamos a quitar el estigma de hablar con nuestra pareja sobre qué personas nos atraen, por ejemplo. Aún se sigue pensando que hacer algo así es una “falta de respeto”, en vez de algo totalmente sano, natural o divertido. Comprender que hay vida más allá de tu pareja. Y que para ella, hay vida más allá de tí. Si no suena bien, es porque seguimos con la idea incrustada de “la persona única” para toda la vida, incapaz de sentir nada salvo por ti; y somos personas, no maniquís. 

Cada relación es libre de desarrollarse sanamente de la forma que pactéis. Pero siempre es bueno revisar las bases, pues es lo que nos hace progresar y deshacernos de hábitos poco saludables.